martes, 8 de septiembre de 2015


El suelo de cemento añejo lograba que Perso se sintiera incomodo. Las paredes que protegían el refugió, de forma rara le recordaba que había sido ignorado, rechazado y expulsado innumerables veces, le arrostraban que no servía para nada. Él y su amigo debían encontrar aposento para pasar la noche, en este extraño lugar donde llegaban a parar los animales abandonados o perdidos, ese sitio los acogía como una familia extravagante. 



No tenía ánimos para realizar cualquier actividad, sus pensamientos declaraban que simplemente estaba cansado. Su amigo Meryh, quien a todas partes lo seguía, intentaba sacarle una sonrisa de vez en cuando al orejón acompañante, a sabiendas de que también era su único compañero, pues los demás animales lo discriminaban por el olor sepulcral que cargaba. 


Decidieron hacer una parada en una pequeña cantina antes de ver sus opciones. Perso pidió un trago y Meryh no estuvo de acuerdo. 

- Mi sueño nunca fue cargar a un conejo borracho.- le encaró una mirada alusiva 

-- Algo no puedo olvidar, a Ross. Aún no supero haberla visto vibrar con otro conejo.- respondió con la mirada hundida en el vaso. 

- En el cine tú y ella hicieron lo mismo y hasta jugaron con zanahorias frescas. Dijiste que solo fue momentáneo.- su amigo posó su mano en el hombro de él.

-- Me costó perseguirla, fui muy iluso al pensar que rociarla con orina, sería especial. Pocos conejos tienen esa originalidad. Vayámonos ya, en serio que quiero dormir esta noche. 

Salieron del bar y caminaron hacia un pequeña casa de queso. Un queso amarillo y tentador que anunciaba la comodidad de la morada. Los dos viajeros llamaron a la puerta y esperaron respuesta. Un ratón anciano abrió la puerta con temblor en sus patas. Se acomodó los lentes y alzó la mirada informando que dieran su petición. 

-- Hola, buenas, solo somos dos. Podríamos...- titubeó Perso, intentando convencerlo.  

- Mis sobrinos no soportarían el olor de un buitre. Lo siento.- dicho esto cerró la puerta en sus narices.

Perso movió los ojos hacia Meryh, imaginando que sería la misma situación en cada recinto. Que aunque el lugar ofreciera cobija a todo animal, nunca habían contado con la presencia de un devorador de cadáveres. 

Las dos casas siguientes mostraron su desagrado. Aún así no se dieron por vencidos. Empezaba a subir su nivel de fatiga, habían viajado mucho tan solo para llegar al lugar prometido. El sudor que salía por las almuhadillas de las patas largas de Perso comenzó a molestarle, se las secaba con su playera roja, al hacerlo recordó que su especie se caracterizaba por ser velocistas, siempre fue un conejo que nunca le gusto correr. Se cuestionaba porque era tan distinto a su misma taxonomía, envidió algunos conejos de su aldea que nunca asemejaban estar cansados. 

Más tarde les interesó preguntar en la casa más prestigiosa, que según habían escuchado tenía todo lujo de manjares. Tenía una decoración egipcia y la habitaban gatos. Incluso los gatos vestían con el glamour de antiguos faraones. 

-- Hemos venido desde muy lejos. Les queremos pedir alojamiento para ambos.- habló Meryh con rostro sereno. 

- Necesitamos evaluarlos, ver si son dignos de otorgarles lo que piden.- repuso un gato con arrogancia. 

-¡Oigan solo queremos descansar esta noche!.- explotó Perso. Tenía ganas de ahorcarlo. 

- Exigencias a otro lado.- terminó el gato y meneando su cola se metió por una ventana. 




Sentados en la puerta de la feria, un mini parque de diversiones hecho para los habitantes, que en ese momento estaba un poco abandonado, descansaron sus patas hinchadas por la trayectoria. Meryh se recostó y dejo descansar su cabeza en una de las paredes de la banca donde estaban. Perso miraba el piso con rabia y tristeza. Un vació amenazante lo invadió.

- Encontraremos algo.

-- No encontraremos nada Meryh. 

- Quedan casas, como la de los perros.

-- Claro podemos ir a la casa donde usan falditas los machos para que en la noche tengamos su premio rojo. 

No querían admitir que tal vez esa sería la única opción que les quedaba. 

Perso se levantó y caminó por los juegos a ver que  cosa interesante se encontraba. La pintura de una rueda de la fortuna lo acechó aludiendo los días en que se consideraba feliz, una compilación de momentos en los cuales experimentó sensaciones placenteras; el olor de las zanahorias, la piel de su fauna, los atardeceres en lugares protegidos, parpadeaban en su red neuronal. Se encontró una tienda de regalos y artesanías. Unos títeres de madera llamaron su atención por completo. Escuchó su historia alguna vez, los animales que morían eran retratados en esos títeres, como símbolo para honrar lo que hicieron o el simple hecho de haber existido. Había de todas las formas y colores, los veía cada uno con mucho detalle, el artesano se lucía con las especificaciones de cada animal. Cuando observó el siguiente títere su pequeño corazón casi deja de latir. Su mirada se congeló clavada a ese muñeco de madera. Era un conejo con una camisa roja y de largas patas. Cuando Meryh lo alcanzó también vio aquella figura. Como si ese instante fuera una canción tenebrosa, ambos se sintieron confundidos, un silencio tétrico reinó aquellos segundos. Perso se volteó hacia su amigo, pero él ya lo estaba contemplando como su próximo alimento, que aunque fuera su fiel amigo sencillamente no podía modificar su naturaleza.